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sábado, 26 de octubre de 2013

Plásticos, remeras y acorazados - Por Santiago O`Donnell




Dos protestas en Brasil esta semana, ninguna de ellas demasiado numerosa, una en Rio de Janeiro y otra en San Pablo, una que derivó en violencia, otra que no. Dos protestas que en apariencia no tenían nada que ver entre sí,  llevaron a la calle, quizá por primera vez, el debate sobre el avance económico de China en América latina, al visibilizar algunas consecuencias evidentes que, hasta ahora, no se dejaban mostrar.

La de Río ocurrió el lunes pasado alrededor del hotel donde se licitaba el derecho de explotación del 60% del campo de Libra, descubierto en 2010, donde Brasil atesora su mayor reserva de petróleo. La protesta reunió a unos cuatrocientos ecologistas y gremialistas que pedían suspender la licitación  porque para ellos equivalía a la entrega a capitales extranjeros de los recursos naturales de Brasil.
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Algunos manifestantes intentaron sin éxito romper el doble vallado de seguridad custodiado por mil agentes que rodeaba al hotel de Barra de Tijuca donde se hacía la licitación. Cargaron con chapas tirando piedras, la policía respondió con gases y balas de goma que causaron seis heridos. Más allá del encontronazo los organizadores de la licitación la declararon un éxito.

El contrato de explotación fue adjudicado al único ofertante tras un acuerdo cerrado a última hora entre los principales interesados. El consorcio ganador lo integran Petrobras (40%), la petrolera brasilera de capitales mixtos y mayoría estatal, la francesa Total (20%)  y  la anglo-holandesa Shell (20%), ambas de capital privado, y las estatales chinas China National Corporation (10 %) y China National Offshore Oil Corporation (10 %).

Si bien los manifestantes no hicieron diferencias entre los grupos extranjeros, no pocos analistas habían señalado en la semana previa la ausencia de ofertantes estadounidenses en la licitación del mayor campo petrolero descubierto en los últimos 30 años. Los análisis relacionaban las recientes revelaciones de espionaje estadounidense del agente arrepentido Edward Snowden como causante del enfriamiento en la relación bilateral, que desembocó en la cancelación de la visita oficial de la presidenta brasilera Dilma Rousseff a la Casa Blanca el mes pasado.

Entonces el ingreso de China en la licitación petrolera vendría a simbolizar, en un sentido geoestratégico, que en Brasil, y por extensión en Sudamérica, la potencia asiática ha reemplazado a Estados Unidos, como nuevo “socio principal”, o “potencia dominante”,  según la perspectiva centro-periferia que cada uno prefiera.

Algo de eso hay. China ya es el mayor socio comercial de Brasil, habiendo desplazado de ese lugar a Estados Unidos. China es también el principal socio de Chile, Perú y, más recientemente, Uruguay, y el segundo de Argentina detrás de Brasil. Según distintas estimaciones, desde 1990 el comercio entre China y la región creció más del mil por ciento y el intercambio hoy supera holgadamente los 200 mil millones de dólares.

El traspaso de influencia se extiende, claro, al terreno militar, donde a falta de maniobras militares estadounidenses que eran rutinarias en todo el continente en los 90 y hoy se limitan casi exclusivamente al territorio colombiano, Sudamérica se prepara para el desembarco de una flotilla china. Según la agencia oficial China Xinua, en las próximas semanas arribarán a puertos de Brasil, Argentina y Chile el destructor lanzamisiles Lanzhou y la fragata lanzamisiles Liuzhou, ambos parte de la Flota del Mar Meridional de China, así como el barco de abastecimiento Boyanghu, que sirve en la Flota del Mar Oriental de China. Será la primera visita de la Marina china a la Argentina, aclara la agencia.

Al día siguiente de la licitación del campo de Libra, Rousseff salió a contestarle a los manifestantes. En un acto donde firmó la extensión de un programa de asistencia médica, la mandataria brasilera dijo que el 85% de toda la renta que va a ser producida en el campo de Libra va a pertenecer al Estado brasileño y a Petrobras. “Vamos a transformar el petróleo en educación y salud. Con  más desarrollo tendremos más recursos y más reales.”

Al otro día apareció la segunda protesta, la de Sao Paulo. Unos doscientos trabajadores textiles cortaron la calle frente a la Feria China de Sao Paulo para protestar por la pérdida de empleo debido a las importaciones textiles desde China.Las crónicas del miércoles pasado no mencionan ningún incidente y las fotos muestran a algunos manifestantes con máscaras chinas de plástico y kimonos de polyester detrás de carteles de “Fuera China”, marchando frente al centro de convenciones y exposiciones de Anhembí y donde cerca de 500 comerciantes chinos promovían sus productos.

La marcha había sido convocada por un grupo de sindicatos y asociaciones profesionales del sector, que firmaron un comunicado conjunto quejándose del “aumento indiscriminado” de las importaciones del sector desde China, y también India, a pesar de numerosas medidas anti-dumping anunciadas en los últimos años. Los organizadores de la protesta señalaron que desde principios de año el sector textil perdió 55,000 empleos, según un estudio del Instituto Brasilero de Geografía y Estadística (IBGE).

"Estamos lanzando un grito de alerta a la sociedad y al Gobierno brasileño ya que la industria textil de este país, la cuarta mayor del mundo esta siendo atacada violentamente por los productos importados de Asia ", apuntó a la agencia de noticias Efe Fernando Pimentel, de la Asociación Brasileña de Industria Textil (ABIT), durante la manifestación.

Según el comunicado conjunto, en la última década el valor de los textiles importados pasó de 120 millones a 2100 millones de dólares. “No podemos permitir una invasión desenfrenada de productos extranjeros, ya que supone la ruptura de industrias y la pérdida de miles de puestos de trabajo,” agregó el diputado federal Paulo Pereira da Silva, líder de Fuerza Brasil, una de las principales centrales obreras del país, que también firmó el documento de protesta.

Sao Paulo no es la primera ciudad en manifestarse en contra de las importaciones del gigante asiático. El 28 de agosto pasado en Gamarra, el principal centro textil de Lima, Perú, comerciantes montaron una protesta que consistió en cortar el tránsito la quemando ropa importada de China en medio de la calle.

Las protestas contra las importaciones chinas registran un antecedente con las protestas de zapateros españoles por la invasión de zapatos chinos en la década del 90. Pero son todavía manifestaciones aisladas. Por ahora la preocupación por el impacto de las importaciones de Asia en la industria y el empleo de la región se limitan a trabajos académicos y relevamientos sectoriales de asociaciones profesionales.

Por ejemplo, según un informe de la consultora argentina Investigaciones Económicas Sectoriales (IES), el flujo de productos textiles desde China a Argentina creció del 25,2% en 2008 al 31,5%, frente a una caída de 8,8 puntos de las importaciones provenientes de Brasil. "esta evolución pone en duda la eficacia plena de las restricciones aplicadas a las importaciones desde China," señala la consultora en el informe.

Las dos protestas, la de Río de Janeiro y la de Sao Paulo, son la contracara de la presencia china en sudamérica.

La primera es una presencia glamorosa, es la inyección de grandes capitales para favorecer el desarrollo de Brasil, para que la presidenta pueda financiar proyectos de salud, educación y obra pública, proyectos de desarrollo que en otros tiempos se financiaban con créditos de organismos multilaterales controlados por Estados Unidos y Europa. Es la foto con la presidenta, es el anuncio en el hotel cinco estrellas de Barra de Tijuca con los policías vigilando la playa.

La segunda es una marcha silenciosa de humildes operarios sentados en la vereda de un centro de convenciones, alentados  por los sindicatos y las cámaras empresariales, que buscan salvar a la cuarta industria textil del mundo, nada menos, de una competencia que no puede sostener.  Por la disparidad en el costo de la mano de obra entre uno y otro país, por las prácticas laborales y ambientales en China que en Brasil serían consideradas de explotación, y por la política monetaria de no permitir la apreciación del yuan, la moneda china, para facilitar las exportaciones de ese país. Y no sólo textiles sino también juguetes, calzado, electrodomésticos artículos para el hogar y un largo etcétera, no sólo en Brasil sino en todo Sudamérica, a costa de miles de empleos industriales, por fábricas que cierran y por fábricas que no abren.

Por supuesto que los socios comerciales no siempre se pueden elegir y China e India son responsables por el aumento en el precio de las materias primas que exporta Sudamérica, lo cual trajo bienestar, en mayor o menor medida, a millones de personas durante la última década de crecimiento en la región.

Pero sería un error pensar, como algunos marxistas, que abrirse al dominio comercial de China es prácticamente una declaración de independencia de Estados Unidos y el fin del yugo imperial.

Primero, los intereses de Estados Unidos y Europa en Sudamérica siguen siendo vastos y complejos, con una larga historia y proximidad geográfica que hace difícil que esos vínculos desaparezcan de la noche a la mañana.

Por ejemplo, Estados unidos y Brasil son los dos principales productores de biocombustibles y prácticamente se reparten el mercado mundial. China podrá ser un gran comprador de petróleo y demás commodities, pero Estados Unidos mantiene la delantera en alta tecnología

Segundo, depender comercialmente de un país con mano de obra barata y prácticas comerciales agresivas hacen más difícil el desarrollo de industrias y tecnologías locales con capacidad de competir contra el aluvión de importaciones. Como dijo Rouseff en su visita a la potencia asiática en abril del 2011, China necesita diversificar sus importaciones para incluir no sólo materias primas sino también sus derivados.Sin embargo hasta ahora la tendencia es al revés, ya que China procesa localmente cada vez más productos primarios importados, tanto energéticos como alimentarios.

En Brasil, en Perú, en Chile y Argentina, el avance chino se mide en millones de dólares y se manifiesta en invasiones de ropa y juguetes, en compras millonarias de petróleo, cobre y soja, y en visitas de ferias intinerantes y acorazados lanzamisiles. Llega en silencio, sin reabrir, por ahora, el debate antiimperialista. Pero de a poco la calle empieza a reaccionar.

sábado, 19 de octubre de 2013

GreenPutin - Por Santiago O’Donnell

En la pelicula todo sale muy bien. Con imágenes de alta calidad y música de cello que incita a la aventura, el film empieza con un veterano capitán de barco de la organización ambientalista Greenpeace explicando cómo elige a su tripulación. “Compromiso, tenacidad y determinación” dice con voz rasposa, mientras aparecen imágenes de voluntarios de Greenpeace realizando distintas tareas en el barco. Después se lo ve al capitán en su cabina hablándole a la tripulación reunida allí, explicando los peligros de la misión que están a punto de emprender: el abordaje de una plataforma petrolera de la empresa estatal Gazprom en el mar ártico ruso.

 El capitán advierte sobre el fuerte viento y oleaje del mar ártico que padecerán los botes de goma al aproximarse a la plataforma petrolera previo al abordaje, y el daño que pueden causar los cañones de agua que los defensores de la plataforma seguramente usarán para contrarrestar el accionar de los ambientalistas. El capitán señala que el chorro de agua es tan fuerte que si les pega van a terminar en el agua a 30 metros del bote. Avisa que es posible que los gomones sean perseguidos por otros gomones de la prefectura o la marina rusa y remata: “mi consejo es que maniobren más rápido que ellos y no se dejen atrapar.” 
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Hablándole a la cámara, el capitán explica: “tratamos de presentar el peor escenario posible y hacerlo cuando todavía pueden abandonar la misión, si piensan que no podrán soportarlo.” Volviendo a la reunión con la tripulación, el capitán agrega un último consejo, referido a una posible detención . Mostrando por primera vez su sentido del humor, adereza el consejo legal con dos chistes de los que hoy seguramente estará arrepentido.

 “En caso de ser detenidos, busquen inmediatamente a un abogado o a alguien de su embajada. Pueden decir ‘sin comentarios, sin comentarios hasta hablar con mi abogado´ y cuando hablen con el abogado, éste seguramente les dirá que digan ‘sin comentarios`. (Primer chiste, nadie se ríe). Si nos deportan tendrán que volver a sus países, el país del cual es su pasaporte. Su país paga por esto, Rusia no paga. Si no es posible inmediatamente, entonces serán enviados a una estación especial llamada “campo de filtración”, donde ustedes…serán filtrados. (Segundo chiste, risas de la tripulación). No estarán en prisión pero no se podrán ir hasta que sean deportados.”

 La película sigue con un ambientalista de barba, anteojos y gorrita sentado junto al capitán, explicando por qué la extracción petrolera en el ártico es nociva para el planeta y sus animales. La película no nombra a ninguno de sus protagonistas: todos somos, todos podemos ser Greenpeace, parece decir.

 El gran final está lleno de acción, con gomones persiguiendo gomones y escaladores colgando de la plataforma petrolera bajo el chorro de los cañones. Mientras, se escucha suave la música del cello y por encima las voces del capitán y el ambientalista denunciando la peligrosidad del uso de cañones de agua en esas circunstancias, y la necesidad de generar un debate en Rusia sobre los riesgos de extraer petróleo cerca del polo norte, respectivamente. “Si las cosas están mal hay que pelear para cambiarlas, y la lucha continúa,” cierra la película el ambientalista de barba, anteojos y gorrita, en un inglés europeo ligeramente acentuado. 

La película es de septiembre de 2012 y en ella todo sale muy bien: los voluntarios consiguen provocar a las autoridades rusas lo suficiente como para generar imágenes que permiten visualizar a los de Greenpeace como heroicos guerreros que luchan por salvar el planeta. El video, a su vez, le permite a Greenpeace recuadar millones de dólares en todo el mundo. Con eso Greenpeace financia más viajes para hacer más películas de voluntarios peleando con distintas autoridades, que a la vez generan más millones de dólares que a la vez permiten mantener activa a una maquinaria propagandística al servicio de la defensa del medio ambiente, o por lo menos de las causas vinculadas al medio ambiente que la organización elige defender.

 En la película todo sale muy bien pero en la vida real no tanto. Este año cuando Greenpeace quiso hacer otro video en la plataforma petrolera polar, el presidente ruso Vladimir Putin los estaba esperando. Se ve que no le había gustado la película del año anterior, esa que mostraba a los orgullosos pioneros de Gazprom como villanos payasescos persiguiendo con torpeza a los románticos aventureros de Greenpeace.

 Entonces Putin dio la orden. En cuanto un voluntario de Greenpeace empiece a escalar la plataforma, que la marina rusa tome posesión del barco ambientalista y meta preso a todos los tripulantes. Así sucedió el 18 de septiembre. Treinta marineros ecologistas presos, incluyendo los argentinos Camila Speziale y Hernán Pérez Orsi.

 Pero nada de deportación directa o “centros de filtración” como se mostraba en la película. Derecho a la cárcel y con cargos de piratería de hasta 15 años de reclusión. Y a esperar el juicio en una prisión allá, cerca del círculo ártico, con poca calefacción, con problemas de traducción, con cámaras que los filman las 24 horas, en “condiciones inhumanas”, según el abogado de Greenpeace.

 Me permito decir que Putin dio la orden de meter presa a la tripulación de Greenpeace, incluyendo al camarógrafo y al sonidista que viajaban en la expedición, por una simple razón. Es porque es público y notorio que el Kremlin maneja los hilos de la justicia en Rusia y que la palabra de su autocrático presidente es palabra sagrada para los burócratas a cargo de los tribunales.

 Por algo será que todos los pedidos de clemencia para los ambientalistas presos le llegan, no al juez, sino al mismísimo Putin, incluyendo un carta con la firma de once premios Nobel de la Paz enviada anteayer.

 Se trata de una justicia donde tres adolescentes de una banda punk llamada “Pussy Riot” pueden ser condenadas a tres años de cárcel cada una por parodiar a Putin dentro de una catedral ortodoxa. Una justicia donde el principal investigador de la corrupción del gobierno de Putin, el bloguero Alexei Lavalmy, es condenado a cinco años de trabajos forzados por cargos de corrupción a todas luces inventados y de repente, sin mediar explicaciones, su condena cambia por una pena en suspenso. Una justicia que mantiene bajo rejas desde el 2003 al principal rival político de Putin, el ex archimillonario Mikhail Khodorkovsky, bajo sucesivos cargos económicos de difícil comprobación, que se van acumulando a medida que se acerca el vencimiento de sus distintas sentencias. Una justicia, al fin, que mantiene la apariencia de imparcialidad y debido proceso, pero que condena en más del 98 por ciento de los casos en los que le toca actuar.

Por eso hay que ver qué decide Putin. Aunque tiene la costumbre de opinar sobre casos judiciales resonantes, no siempre lo que dice en público es lo mismo que le llega a los jueces. En este caso dijo que los activistas de Greenpeace habían cometido delitos pero no creía que hubieran incurrido en actos de piratería. Sin embargo, fue por ese cargo que fueron procesados los treinta activistas. Traducción para Greenpeace y sus aliados: la pena es negociable.

 Mientras tanto, más allá de la discretas gestiones diplomáticas de los países con ambientalistas presos en Rusia, Greenpeace busca presionar a Putin a través de la opinión pública. Con una campaña urgente de nuevos videos, carteles y protestas en todo mundo, pero esta vez sin las acciones directas más o menos agresivas que suelen alimentar su aparato de propaganda.

 Si fuera una película con final feliz la campaña de Greenpeace haría reflexionar a Putin, quien ordenaría que liberen a los activistas en los próximos días para que vuelvan como próceres a sus respectivos países, generando grandes expectativas para un nuevo asalto a la plataforma de Gazprom el año que viene. Y así se frenaría el calentamiento global y se garantizaría la superviviencia de los osos polares. Ojalá.

 Pero por ahora no hay señales a la vista en esa dirección. El viernes iba a haber una protesta en Moscú para exigir la libertad de los activistas. Putin ni siquiera tuvo que prohibirla. La noche anterior un grupo de encapuchados irrumpió en el local de Greenpeace de la capital rusa. Los encapuchados se robaron la jaula de metal que iba a usar Greenpeace al día siguiente para llamar la atención en Gorky Park con una representación del encarcelamiento de los voluntarios. Al salir de local tuvieron tiempo para tajear las gomas de un auto de los voluntarios.

 Es cierto que algunas protestas son difíciles de digerir. La acción directa, en cuanto lesiona intereses de terceros, sólo se justifica en grupos marginados en situaciones extremas sin alternativas viables para expresarse. Difíclmente Greenpeace, con su nombre engañoso (quiere decir “paz verde”) y su presupuesto millonario, encaje con este criterio.

 Pero hay que reconocerle y agradecerle a Greenpeace que haya desnudado, una vez más, el autoritarismo y personalismo del régimen ruso, que no por nada es dirigido con puño de hierro por un ex agente de la KGB. El recordatorio llega en un buen momento, ya que hace pocas semanas el mismo régimen ruso le dio asilo al informante estadounidense Edward Snowden, según dijo Putin, para defender la libertad de expresión. A no confundir los tantos.

 Si hubiese libertad de expresión en Rusia Lavalmy no habría sido condenado, las Pussy Riot no estarían en Siberia y los voluntarios de Greenpeace saldrían en libertad pagando una multa o a lo sumo una fianza. Lo que hay, como bien sabe Snowden, es libertad para perjudicar a los enemigos o a los rivales de Putin, ya sean rusos o extranjeros, ya sea una agencia de espionaje o un grupo de aventureros.

sábado, 12 de octubre de 2013

Filtraciones - Por Santiago O´Donnell

 The New York Times, que bien puede considerarse el mejor diario del mundo, publicó el jueves pasado un artículo que sin querer desnuda la crisis del periodismo. O, por lo menos, que pone en jaque a uno de los principios sagrados del prestigioso diario.

Esto es, que el buen periodismo, a diferencia de la buena propaganda, informa desde cierta neutralidad. Enseguida, rápido, viene la aclaración: esa neutralidad nunca llega a ser absoluta. La falta de neutralidad es inherente a nuestros ideales y nuestros principios y sobre todo nuestras simpatías. Pero nuestro trabajo, el de periodistas, consiste en registrar los hechos y las noticias de todos los días que quedarán en la historia.
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Entonces, más allá de las columnas de opinión, el periodismo reconoce en la búsqueda de cierta neutralidad, de ciertas reglas de juego, el mejor camino para acercarse a una verdad reconocible. En cuanto a la falta neutralidad, que no podemos ni queremos evitar, se compensa con una ética y una técnica predeterminadas y específicas, reconocidas en un pacto de lectura, más o menos explícito, que se aplica de manera uniforme a todos los temas, todas las fuentes y todas las noticias. Al menos se intenta. Esto es lo que nos enseñaron, y enseñamos, en las escuelas de periodismo.

Pasamos al artículo en cuestión, firmado por Eric Schmitt. Dice que el “topo” Edward Snowden ya había sido investigado por la CIA cuatro años antes de fugarse del país con una computadora llena de secretos. Snowden es un ex agente de inteligencia estadounidense, actualmente exiliado en Rusia, que en los últimos meses filtró información secreta a un diarios, revistas y programas de televisión sobre el espionaje masivo e indiscriminado que Estados Unidos viene desarrollando en todo el mundo, hasta entonces sin el conocimiento de la opinión pública estadounidense o mundial.

El artículo dice que ya en el 2009 sus entonces jefes en la CIA notaron que Snowden andaba en algo raro y que hasta escribieron un informe alertando sobre su conducta. El informe decía que un supervisor lo había sorprendido a Snowden intentando acceder a información secreta y lo había mandado a su casa y alertaba sobre un “abrupto cambio de hábitos” en el proceder del entonces contratista de la CIA. Sin embargo, ese informe nunca circuló entre las distintas agencias de seguridad y por eso Snowden pudo conseguir trabajo en otra agencia, la NSA, de donde se robaría los secretos cuatro años más tarde. Eso informó Schmitt en The New York Times. Hasta ahí todo muy lindo.

Pero tarde o temprano el periodista nos tendrá que decir de dónde sacó la información. En el quinto y sexto párrafos, esto escribe Schmitt:

Voceros de la C.IA., la NSA y el FBI declinaron comentar sobre la naturaleza precisa del alerta y por qué no circuló, citando la investigación en curso sobre las actividades del Sr. Snowden. Media docena de funcionarios de inteligencia, seguridad y del Congreso con conocimiento directo del informe del supervisor fueron contactados para este artículo. 

Todos los funcionarios aceptaron hablar a cambio de mantener el anonimato por la investigación criminal en curso. 

Y acá viene el problema porque, señores, esto es una filtración. Media docena de funcionarios y voceros de agencias de espionaje pasando información secreta al Times. Encima es información incomprobable y que pinta a Snowden como un loquito. Justo lo que esos voceros buscan.

Sin poner un solo nombre, una sola prueba sobre la mesa, pero con el sello de The New York Times, el diario más influyente del mundo, y la firma de un periodista. (El viernes, en el mismo diario, Schmitt publicó una firme desmentida de la CIA diciendo que dicho informe nunca existió. El periodista mantuvo que dos fuentes, ya no seis, le habían contado lo del informe. “No está claro por qué hay una divergencia de opinión” sobre los hechos, escribió Schmitt en su artículo del viernes.)

Filtraciones light, con filtradores oficiales, aprobados desde el poder. Eso se puede hacer en The New York Times, sin que nadie lo cuestione. En cambio filtraciones que demostrarían delitos, violaciones de privacidad y de tratados internacionales, como las de Snowden, son tratadas en el mismo artículo como un peligro para la seguridad nacional, obra de un criminal que "se escapó entre las grietas” de la comunidad de inteligencia estadounidense.

Como dice un lector del artículo en la página web, los funcionarios públicos tienen la obligación de denunciar delitos. Si es delito revelar secretos sobre una "investigación criminal" como la de Snowden , ¿por qué no se castiga a los seis funcionarios que hablaron del tema con el periodista Schmitt?

Es cierto, las filtraciones son más que habituales en el periodismo. Pero lo bizarro de este caso es que se trata de unos funcionarios que filtran información secreta para hacer quedar mal a un tipo por filtrar información secreta.

O sea, The New York Times se presta de tribuna para funcionarios anónimos que extraen datos de manera ilegal de un informe secreto sobre Snowden. Esos mismos funcionarios, sin que se les mueva un pelo, pintan a Snowden como un traficante de información secreta y, por lo tanto, un peligro para Estados Unidos.

Entonces, a riesgo de ser reiterativo,  el gobierno de Estados Unidos recurre a la filtración para denunciar la filtración, y The New York Times le hace el juego, pasando por alto la evidente contradicción. Lejos de buscar un espacio neutral, el diario se deja usar por el gobierno para perseguir a Snowden, descripto en el artículo como presunto criminal con un historial de conductas sospechosas.

Mientras tanto, los nuevos filtradores de secretos de Estado, los perseguidores de Snowden, son presentados por el Times en el mismo artículo como fuentes privilegiadas, merecedoras de la protección del anonimato por ser poseedoras de valiosa información.

Claro, el Times no tiene acceso a los secretos de Snowden, que ha optado por otros medios para propagarlos. Entonces echa mano a lo que hay, a los filtradores profesionales de secretos banales, intrascendentes y de difícil comprobación que pululan en los servicios de inteligencia de todos los países. 

Cuando estas cosas pasan desapercibidas en el diario más reconocido de todo el mundo, el desafío se extiende al periodismo en general y a los principios que gobiernan su forma de comunicar.

Esta bien, sólo se trata de un artículo. Desde el punto de vista del periodista, podemos creer que pecó de ingenuo y se dejó operar. Desde el punto de vista del diario podemos decir que simplemente se trata de un artículo malo o mal ejecutado y que por cada artículo flojo que se le cuela, el  Times publica un montón de artículos muy buenos.

Pero desde el punto de vista del periodismo tradicional, ese que busca reinventarse en medio de una revolución tecnológica, el artículo muestra cómo esas nuevas tecnologías sirven para desnudar los intereses ocultos detrás del mensaje que los medios buscan imponer. El Times no tiene filtraciones de Snowden pero sí del gobierno, entonces le conviene quedar bien con el gobierno y entonces lo ayuda, pero sin avisarle al lector.

Así, el artículo desnuda la imperiosa necesidad de un nuevo pacto de transparencia con el lector, de límites más estrechos y verificables,  que redefinan la función social de los medios dedicados a la difusión de noticias y demás información.

sábado, 5 de octubre de 2013

Cierra Obama - Por Santiago O`Donnell

El cierre del gobierno de Estados Unidos significa que a partir del lunes pasado cientos de miles de empleados públicos en parques, escritorios y dependencias varias de ese país tuvieron que irse a sus casas hasta nuevo aviso, ya que el gobierno suspendió todas sus actividades no esenciales. Eso sí, los militares que se salvaron por una votación de última hora en el Congreso.

Sucedió porque Estados Unidos tiene una deuda pública que se calcula en cerca de 12 billones (millones de millones) de dólares, equivalente al 75 por ciento de su PBI, o sea tres cuartas partes de todo lo que producen los estadounidenses. Esto puede ser malo, muy malo o no tanto.
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Nadie sabe cuánto déficit aguanta Estados Unidos, ya que la demanda de sus bonos del Tesoro parece casi ilimitada. Pero existe un consenso entre los políticos de Washington y la opinión pública de que tener tanto déficit genera desconfianza y demora el crecimiento de la economía. Es lo que dice Obama, es lo que dicen los republicanos con mayoría en la Cámara baja del Congreso.

Sin embargo, salvo por un período de relativa austeridad durante el gobierno de Bill Clinton, el déficit fiscal estadounidense ha venido creciendo desde el New Deal de los años 40 hasta la fecha, tanto por los programas sociales de los demócratas como por las guerras de los republicanos. Año a año el debate se hace más difícil porque los compromisos se alcanzan pateando para más adelante la solución de fondo, a cambio de cláusulas-gatillo que dificultan el próximo acuerdo. Entonces se permite aumentar el déficit a cambio de que sea por última vez, sino se cierra el gobierno.

El año pasado , a causa de otra ley-gatillo, el gobierno estuvo a punto de aplicar de manera automática una serie de recortes militares y gubernamentales que ninguno de los dos partidos políticos quería hacer. Entonces lograron un acuerdo de último momento, pero ese mismo acuerdo estipulaba que de no identificarse nuevos recortes para compensar el nuevo gasto aprobado, entonces cerraría el gobierno. Y se hizo una lista de todas las dependencias “no esenciales”, a las que harían sentir poco menos que inservibles si el acuerdo no se alcanzaba. Y así sucedió, en una situación que no ayuda a ninguno de los dos contrincantes.

Una tercera ley-gatillo, la más peligrosa de todas, es la que vence dentro de dos semanas y que impide pagar compromisos financieros de no mediar un acuerdo para elevar el techo de la deuda, poniendo al país en situación de default.

El problema es que el gobierno y la oposición están enroscados en un falso debate, un juego de suma cero que les impide encontrar un una solución consensuada. Primero hay que sincerar los términos de la discusión. Todos dicen que hay que recortar gastos pero cuando tienen la oportunidad de hacerlo no lo hacen, o no lo hacen del todo porque saben que siempre hay una buena razón para seguir gastando y que el ahorro puede esperar. Antes el tema se podía arreglar con un reparto criterioso de lo que en Washington se conoce como “pork” o grasa de cerdo, esto es, complacer a los congresistas clave con obras públicas en sus distritos para que aflojen en su celo fiscal y le permitan al gobierno otra ronda de gastos. Pero las cláusulas-gatillo obligan a los bandos a redoblar la apuesta en cada batalla presupuestaria y así llegamos al día de hoy, el quinto desde que empezó este cierre de gobierno.

No es la primera vez que sucede algo así. Hubo otro cierre similar en 1996 durante la rebelión fiscal encabezada por Newt Gringrich. Esa vez terminó mal para los republicanos, ya que la opinión pública los responsabilizó por el cierre y Bill Clinton fue fácilmente reelegido. Esta vez los republicanos piensan que la cosa va a ser distinta. Con nuevo líder, Jim Boehner, y en control de la Cámara baja, buscan torcerle el brazo a Obama.

Este año empieza a funcionar, con todos sus millonarios costos, un nuevo programa de salud nacional que se votó en el Congreso y que extiende la cobertura obligatoria a millones de estadounidenses. Es el programa insignia de la presidencia de Obama y la ley que lo regula fue su mayor victoria legislativa. Pero los republicanos dicen que la reforma es muy cara y quieren frenarla. Como perdieron cuando se votó la ley, en marzo del 2010, siendo que Obama entonces tenía mayoría en las dos cámaras, ahora buscan frenar la reforma con la ley de presupuesto.

Entonces usan su mayoría en la Cámara baja para aprobar, con media sanción, presupuestos que incluyen diversas combinaciones de recortes y demoras en el programa de salud de Obama, apodado "Obamacare". Entonces el senado con mayoría demócrata vota en contra y derrota los recortes y las demoras, y todo vuelve empezar. Pasó tres veces en los diez días previos al cierre del gobierno. La última votación en Representantes, a tres horas y veinte minutos del cierre del año fiscal, fue rechazada por el senado a dos horas y media de que venciera el plazo.

Después llegaron las historias humanas de los verdaderos perdedores. Los empleados públicos, para empezar. Siguiendo con millones de jubilados e inversionistas por el desplome de Wall Street, siguiendo con el resto de los estadounidenses por el fuerte desaliento a la economía local, y terminando con la psiquis de un país acostumbrado a mandar en el mundo, ahora al borde de la bancarrota, viendo que los plazos se acortan y ninguna solución aparece en el horizonte.

El problema, hay que decirlo, no es sólo el corset de las cláusulas gatillo, ni el fuerte enfrentamiento partidario en el Capitolio, ni la obsesión de la derecha republicana o "Tea Party"con el programa de salud de Obama, ni la falta de muñeca de Boehner para sacar provecho de su mayoría legislativa parcial. Acá hay un problema con Obama.

O sincera su discurso y dice que no es momento de ahorrar, o presenta un presupuesto con recortes como piden los republicanos. Un recorte creíble a cambio de no tocar Obamacare. Pero Obama no hace ni una cosa ni la otra. Llama a reuniones inútiles con los líderes de la oposición, echa la culpa a los republicanos y propone iniciar una negociación sin condiciones previas entre representantes de los dos partidos. O sea, nada.

Mientras tanto, los republicanos apuntan a poner en funcionamiento distintas partes del gobierno con propuestas puntuales para distintas oficinas o programas que consideran útiles o populares.Así, en los últimos días aprobaron en la Cámara baja una serie de proyectos de ley, el primero para reactivar el Instituto Nacional de Salud, el programa de Parques Nacionales y servicios básicos en Washington D.C.;el segundo para devolverle el salario a la Guardia Nacional y sus reservistas y los beneficios a los veteranos de guerra; el tercero para reactivar la agencia de emergencias federales, FEMA, y un programa alimentario federal para chicos pobres llamado WIC. Todos esos proyectos de ley murieron en el Senado, donde el líder de bancada, Harry Ried, advirtió que la cámara alta no aprobará ninguna partida presupuestaria hasta que no se considere un plan de gasto en su totalidad. O sea, nada.

Las agujas del reloj siguen volando. Cada día que pasa con el gobierno cerrado, el país pierde millones de dólares y desanima a millones de personas. Falta, nada, dos semanas para que venza el plazo para evitar el default de Estados Unidos. Obama necesita reducir drásticamente su presupuesto, o que le autoricen subir el techo de la deuda pública, pero sigue enroscado en un falso debate que necesita sincerar de cara a la sociedad. Si quiere achicar el déficit que lo haga: si no les saca muchos juguetes de guerra, los republicanos lo van a apoyar. Pero si no quiere achicar la deuda porque tiene otras prioridades o no cree demasiado en la ortodoxia económica, entonces que lo diga y que asuma los costos y las consecuencias. Porque esta vez la posición de los republicanos es bastante transparente.

Es él, Obama, quien debe fijar una pocisión clara y ser coherente con su discurso. O sea, hablar menos sobre lo que no va a permitir y más sobre lo que piensa hacer para evitarlo.