Translate

lunes, 16 de noviembre de 2015

Desesperanza aprendida - Por Santiago O´Donnell











Steven Watt, abogado de derechos humanos estadounidense, demandó hace pocos días en una Corte Federal de Washington a los dos psicólogos que manejaron el programa de torturas de la CIA. Los psicólogos se llaman James Mitchell y Bruce Jessen.

Se trata de una llamativa novedad, porque hasta ahora sólo un puñado de soldados y un contratista de la CIA han sido procesados por abusos cometidos en las cárceles de Irak y Afganistán. Cada vez que se intentó llevar a juicio a los verdaderos responsables del programa de torturas, los abogados del gobierno, tanto el de George W. Bush como el de Barack Obama, invocaron “secretos de Estado” para frenar los juicios.

“Esta vez es diferente” dice Watt, abogado de la ACLU (organización pro libertades civiles) al teléfono desde Nueva York el martes pasado. “Esta vez no pueden decir que lo que salga del juicio puede dañar el interés nacional porque la información ya no es secreta: tanto el programa de Mitchell y Jessen como las torturas que recibieron mis defendidos están detallados en un informe del Senado sobre tortura que se publicó en diciembre del año pasado. Ya le hemos escrito a la fiscal general Loretta Lynch para pedirle que se abstenga de intervenir.”

Antes del 11-9, los psicólogos Mitchell y Jessen trabajaban para el Ejército estadounidense en programas de resistencia a los interrogatorios de fuerzas enemigas. Según el informe del Senado, Mitchell y Jessen convirtieron el programa de supervivencia en un programa de torturas y se lo vendieron llave en mano a la CIA. Pero, claro, entre lo que hicieron en el Ejército y lo que harían en la CIA había una enorme diferencia. En el programa de supervivencia los soldados sabían perfectamente cuánto iba a durar cada ejercicio y tenían “palabras seguras” que podían invocar cuando sentían que no podían resistirlo. En cambio los prisioneros de la CIA eran torturados sin parar durante días enteros.

Peor aún, Mitchell y Jessen inventaron una teoría pseudocientífica para justificar la tortura, basándose en los experimentos en perros que un psicólogo llamado Martin Seligman había conducido en los años 60 desde la Universidad de Pennsylvania. Picaneando perros amarrados y registrando los resultados, Seligman había desarrollado el término de “desesperanza aprendida” (learned helplessness, en inglés). Esto es, en largas sesiones de picaneo en los tobillos del animal, cuando finalmente se resigna a que no va a poder zafar de sus amarras y por más que ladre y se queje no van a dejar de picanearlo, el perro deja de resistir los shocks eléctricos y se queda quieto y agachado, en completo estado de sumisión, por más que sigue padeciendo un dolor inaguantable.

Esto es “desesperanza aprendida” y es lo que, según numerosas evidencias, Mitchell y Jessen le vendieron a la CIA. Y al menos entre el 2002 y el 2005 la aplicaron en cárceles de Irak y Afganistán, junto a torturadores entrenados por ellos, registrando resultados y sacando conclusiones bajo el disfraz del guardapolvo blanco, en al menos 119 víctimas.

Desde el gobierno nadie opuso reparos. Al contrario. Sobre los escombros humeantes de las Torres Gemelas el entonces presidente estadounidense George W. Bush había prometido: “Vamos a quemar sus madrigueras, los vamos a hacerlos correr, y después los traeremos a enfrentar la Justicia” y al poco tiempo autorizaba y ponía en funcionamiento un programa de torturas, secuestros, traslados secretos a terceros países y detenciones prolongadas sin derecho a la defensa que se aplicó a ¿decenas?, ¿cientos?, de sospechosos de ser terroristas. Algunos de esos sospechosos serían eventualmente liberados tras demostrar que no tenían nada que ver, otros terminarían muertos en la sala de tormentos sin haber podido defenderse y todos, terroristas o no, sufrirían de por vida los efectos de pasarse semanas enteras atados, desnudos y muertos de frío, en celdas oscuras y vacías, sin poder dormir por la música a todo volumen, con golpizas y submarinos y manguerazos y asfixias con bolsas de plástico durante horas sin parar y humillaciones diarias con perros y excrementos y páginas del Corán. Todo bajo la atenta supervisión, a veces en persona, de los dos psicólogos, que por entonces se habían retirado del Ejército para abrir la consultora Mitchell, Jessen & Associates, una academia de tortura que lleva facturados al menos 8,1 millones de dólares del gobierno estadounidense.

Sin embargo, más allá del palabrerío pseudocientífico con el que Mitchell y Jessen llenaban su informes, el informe de Senado concluyó lo ya se sabía en cualquier ámbito científico y académico medianamente serio. Esto es, que la tortura no sirve para obtener información porque el torturado va a decir cualquier cosa con tal de que dejen de torturarlo. En el caso puntual de los los psicólogos Mitchell y Jessen, el informe afirma que no aportaron ninguna información valiosa.

Claro que Mitchell y Jessen no son los únicos responsables de haber degradado la condición humana y averiado la autoridad moral de Estados Unidos. Numerosos documentos muestran que la CIA quería torturar y por eso aceptó rápidamente la propuesta de los psicólogos. Y que el entonces presidente Bush autorizó el programa, que el vice Dick Cheney

y la asesora de Seguridad Nacional Condoleeza Rice, entre otros, alentaron y apoyaron la práctica. Albert Gonzalez, John Yoo y Jay Bybee, entre otros, defendieron la legalidad del programa desde el Departamento de Justicia, llegando a redefinir el concepto de “tortura”, muy cerca de la idea de “daño permanente”, de manera tal de que prácticamente haría falta mutilar o enloquecer a una persona para que se la considere torturada.

Sin embargo, aunque el actual presidente estadounidense Barack Obama ordenó el cese del programa de torturas ni bien asumió, en el 2008, y reconoció que “torturamos a algunas personas” cuando se conoció el informe del Senado, su gobierno ha protegido a los torturadores materiales e intelectuales, a tal punto que al conocerse el informe Obama acompañó su reconocimiento de la tortura con una peligrosa justificación: “Entiendo por qué sucedió. Es importante que miremos atrás y recordemos lo asustada que estaba la gente. No se sabía si más ataques eran inminentes. Y había una enorme presión sobre nuestras fuerzas de seguridad y sistema judicial para enfrentar la amenaza”.

Watt, el abogado, y equipo, representan a tres víctimas: el keniata Suleimán Abdullah Salim, que hoy vive en Tanzania; el libio Mohamed Ahmed Ben Soud, que hoy vive en su país, y la familia del afgano Gul Rahman, muerto por hipotermia en una cárcel de su país mientras era torturado. Acusaron a los psiquiatras no sólo de torturas sino también de experimentación humana sin la autorización de las personas utilizadas en el experimento.

“Nunca le pidieron perdón. Nunca ofrecieron una reparación. A la familia de Rahman ni siquiera le dieron la confirmación oficial de su muerte. Hago esto porque llegué a conocerlos y hablé mucho con ellos y pude ver lo que sufrieron y cómo no pueden avanzar con sus vidas si no pueden darle un cierre a su terrible experiencia –dice Watt–. Pero también lo hago por nosotros, por nuestro país. Como sociedad no podemos avanzar si no asumimos la responsabilidad de nuestros actos.”

Para Watt, la postura de Obama de reconocer los crímenes mientras protege a sus autores raya en la hipocresía. “Me parece absurdo lo que hace Obama. Con la transparencia no alcanza. Si hay reconocimiento debe haber rendición de cuentas.”

¿Y cómo se puede saber si la CIA dejó de torturar, como le ordenó Obama, cuando todavía no reconoció que al menos lo venía haciendo hasta hace poco? se le pregunta. “Precisamente, no podemos estar seguros. De hecho la cárcel de Guantánamo sigue abierta y la encarcelación ilegal es una forma de tortura.”

Watt dice que es importante la atención internacional al tema, sobre todo de países latinoamericanos que han sufrido el terrorismo de Estado. “Quisiera que aprendamos la lección de Chile y Argentina. Ningún país donde hubo secuestro, torturas y desapariciones forzadas puede avanzar sin no se hace una verdadera rendición de cuentas.”

Reconoce que los psicólogos son peces relativamente pequeños en el estanque de los culpables de torturar, pero dice que hay otras acciones legales en marcha y que todo forma parte de una estrategia legal, y por qué no, mediática, para alcanzar una rendición de cuentas exhaustiva.

“Esta vez es diferente”, se esperanza Watt, nuevamente, antes de colgar.
 
(publicado en Página/12)

sábado, 14 de noviembre de 2015

-----Terrorismo contra el terrorismo ----- Por Santiago O´Donnell








No es fácil escribir sobre derechos y garantías individuales y responsabilidad estatal el día después de Paris, el día después de que que el presidente frances declarase "no tendremos piedad". No es fácil pero se hace urgente y necesario porque cuanto más grande el dolor, más fácil se confunde justicia con venganza.

 Catorce años atrás, sobre los escombros todavía humeantes de las Torres Gemelas, George W.Bush prometió: "Vamos a quemar sus madrigueras, ponerlos a correr y traerlos a justicia," en referencia a los responsables directos e indirectos del atentado. Acto seguido procedió a invadir Afganistán, luego Irak, mientras autorizaba y supervisaba un programa de secuestros ilegales, traslados clandestinos, asesinatos extrajudiciales y salvajes torturas que duró hasta el final de su mandato y que en algunos aspectos se prolonga, atenuado, en el actual.

 Bush fue acompañado por una sociedad que avaló en silencio las torturas y los asesinatos, mientras la industria cultural los naturalizaba en películas y series de televisión. El plan no sirvió para nada. No ayudó a condenar terroristas, ni trajo paz a los muertos del 9-11, ni llevó consuelo a sus deudos. Sólo más violencia, más guerra, más terrorismo, más miedo y más degradación de la especie humana.

Ahora le toca a Francia, cuna del iluminismo y capital de la cultura occidental, enfrentar el mismo dilema que Bush resolvió con  su claudicación moral. Con rabia, con dolor, hay que decir que el "sin piedad" de Hollande no puede significar "vale todo" o  "sin respeto por la condición humana". No debería hacer falta, pero los ejemplos sobran para decir que todavía no aprendimos:  la tortura no sirve, la gente dice cualquier cosa bajo tortura, y además está mal torturar. Y secuestrar. Y desaparecer. Y matar, sobre todo desde el Estado.

Terrorismo sobre terrorismo, cenizas sobre cenizas. Se hace difícil pensar en el Estado cuando uno no tiene ningún control sobre la locura yihadista, y es esa locura la que hoy hace que lloremos por Paris. Se hace difícil entender porque entender se parece a justificar y nadie quiere eso y menos hoy.  Pero la violencia descontrolada, la guerra, la invasión de tierras lejanas, la tortura y el secuestro no pueden ser las únicas respuestas cuando una agresión amenaza, precisamente, a nuestra civilización.
Porque seguimos siendo humanos, ¿no?

domingo, 1 de noviembre de 2015

Luz - Por Santiago O´Donnell








Se viene el ballotage entre Daniel Scioli y Mauricio Macri y Luz, una lectora de este blog, me pide un análisis. Con mucho gusto lo intento. Gracias, Luz. Mi análisis dice que nadie sabe quién va a ganar, aunque es evidente que Macri está en alza y Scioli en baja y que es más fácil mantener una tendencia que revertirla, pero nuestro electorado ha dado suficientes muestras de volatilidad como para esto último también pueda ocurrir, sobre todo dada la paridad entre ellos que mostró el resultado de la primera vuelta. O sea, como siempre, en el futuro puede pasar cualquier cosa, pero esta vez daría la impresión de que un poquito más.

Ni Scioli ni Macri son los candidatos de la transparencia. Tampoco Massa. Ni se han destacado por la transparencia en sus negocios privados ni se han destacado por controlar o combatir a la corrupción siendo gobernantes. Lo cual me lleva a concluir que el tema de la corrupción es prioritario solamente para el electorado de clase media alta, mientras que la demanda de mayor seguridad y de mayor bienestar económico sigue prevaleciendo en el resto de la población, el más sector más desprotegido, que sigue siendo mayoritario. En cambio los candidatos que hacen bandera de su austeridad y transparencia como Margarita Stolbizer y Nicloás Del Caño sacaron muy pocos votos en la primera vuelta. En Brasil el tema de la transparencia está en pleno auge. Se viene vinculado con el bienestar económico al menos desde la protestas del año pasado por el despilfarro en las obras para el mundial de fútbol. En Guatemala hace pocas semanas el presidente Otto Pérez debió renunciar por un caso de corrupción. Acá será cuestión de tiempo hasta que volvamos a tener presidentes ejemplares en ese sentido. La sociedad argentina, desconfiada, complaciente, todavía no lo exige. Si bien el tema de la transparencia ha sido usado como herramienta de las elites para horadar a los gobiernos populares, la mejor respuesta es tener el traste bien limpio, tanto a nivel personal como a nivel de gestión, lo cual no es imposible ni mucho menos. Mi impresión es que cuanto más se pueda vincular a la corrupción con la inseguridad social y económica y no sólo con la debilidad ética, más relevancia tendrá a la hora del voto. Habrá que seguir exigiendo y también saber esperar.

El tema del narcotráfico va de la mano del de la corrupción. Mucho, muchísimo dinero proviene del narcotráfico, el narcolavado y la fabricación de drogas ilegales. En este país, no sólo muchas campañas políticas, sino también importantes sectores de la economía doméstica dependen de él. Entonces es más fácil hacerse el distraído que enfrentarlo en serio. Por suerte en los últimos años ha surgido una demanda social de combatir el narco que atraviesa a todas las capas sociales, a partir del envenenamiento que produce el paco en las villas y los barrios y del brutal incremento de la violencia por guerras territoriales entre bandas armadas dedicadas al mercadeo. Algo va a tener que hacer el próximo presidente. El tema aparece como más urgente que el de la corrupción, pero una vez más, más allá de los discursos de ocasión, por trayectoria y afinidad con la problemática, ninguno de los candidatos parece ser el hombre indicado para marcar un quiebre a partir de su liderazgo. No digo que sea imposible pero sí que me sorprendería.

¿Y qué van a hacer Scioli o Macri si ganan? Antes que nada, van a tratar de gobernar. Después y solo después podrán desplegar sus ideas y proyectos y sus ganas de hacer historia. ¿Sería tan diferente lo que haría Scioli a lo que haría Macri? Nunca lo sabremos. En estos días, dada la coyuntura política, Scioli quiere diferenciarse y Macri parecerse. Pero más allá de lo que ellos digan, aunque provienen de espacios políticos opuestos, lo cual condiciona sus respectivos márgenes de maniobra, a grandes rasgos ambos parecen cortados por la misma tijera del populismo conservador.

Claro que Scioli va a querer sacarse de encima a Cristina y el cristinismo y descolonizar al Estado de las ambiciosas pero inexpertas huestes camporistas. Pero lo hará a su manera, gradualmente, sin apuro ni confrontaciones innecesarias, buscando generar un buen clima de negocios con paz social, mística peronista y desarrollo industrial, un neocorporativismo con discurso social y guiños a los mercados.  No suena muy excitante pero Scioli es así. No conozco a un solo fanático de Scioli. Nadie que me diga "Scioli la va a romper." Scioli  el candidato ni siquiera cautiva a quienes trabajan en su campaña, me cuenta uno de ellos. Con esto no alcanza para predecir que será un mal presidente, ojalá que no, pero no es un dato alentador.

Macri va a llegar y decir que va  a limpiar la casa pero al poco tiempo arreglará con los poderes fácticos, tal como le marca su particular estilo de pragmatismo liberal. Así como llegó al gobierno de la ciudad gritando a cuatro vientos que iba limpiar a Buenos Aires de ñoquis y al poco tiempo arregló con Amadeo Genta y Hugo Moyano y terminó no echando a nadie ni privatizando nada, así como en su momento arregló con Cristobal López, con Coti Nosiglia, sobre todo teniendo en cuenta la historia de los presidentes no peronistas en este país, qué duda cabe que va a arreglar con los peronistas y sus distintas vertientes e intereses para tratar de gobernar. El sabe mejor que nadie que los 90 ya pasaron, que el festival neoliberal ya es historia. A él le hubiera encantado gobernar en esa década, él cree en esas recetas. También sabe que la década de izquierdas latinoamericanas también está pasando, aunque esta vez la transición sea más gradual: primero fue Paraguay, después Argentina, en un par de meses le toca a Perú. Colombia nunca votó a la izquierda por culpa de la guerrilla, Brasil y Venezuela están en crisis. Sólo el proyecto del Frente Amplio uruguayo y el indigenismo fiscalista y personalista de Evo Morales se mantienen firmes, paradójicamente, gracias a su flexibilidad. En esa lenta transición Macri, como su amigo el ex presidente chileno Sebatián Piñera, intentará llegar hasta donde pueda, hasta donde lo dejen, hasta donde le convenga o le parezca bien.

Reconozco que el menú no entusiasma, pero es lo que supimos conseguir. Queda margen para la esperanza, claro que sí, para que este aprendizaje democrático, lento, doloroso, y muchas veces aburrido, nos lleve a ser cada vez mejores ciudadanos. Mejores ciudadanos significa  mejores gobernandos, lo cual lleva inexorablemente a estar mejor gobernados. El camino inverso, el de pretender que un presidente iluminado satisfaga nuestras necesidades para convertirnos en ciudadanos ejemplares suena lindo, parece lindo. Pero a la larga o a la corta ese camino se hace intransitable y entonces damos marcha atrás y volvemos al punto de partida para empezar de nuevo, olvidándonos de lo andado. Más allá del próximo presidente el camino lo haremos nosotros, entre todos, yendo y viniendo sobre nuestras huellas, fijando el sendero que nos marca la dirección.