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martes, 31 de enero de 2017

"¡Estados Unidos primero! ¡Estados Unidos primero!" - Por Santiago O´Donnell











Duró apenas 16 minutos y dejó sin aliento a los analistas de la derechista cadena Fox. En las escalinatas del Capitolio, frente a una multitud de caras blancas, Trump dio el mejor discurso de su vida, coincidieron unos cuantos. En todo caso fue el más escuchado. “Juntos haremos a Estados Unidos fuerte otra vez. Haremos que Estados Unidos sea rico otra vez, haremos que Estados Unidos sea orgulloso otra vez, haremos que Estados Unidos sea grandioso otra vez.”.


El mensaje podrá gustar o no, lo mismo que el personaje, pero como en los mejores momentos de su reality show “El Aprendiz” de la década pasada, Trump fue claro, directo, conciso y eficaz.


Después de los saludos de rigor y de agradecer la hospitalidad del matrimonio Obama, casi sin cambiar el tono de su voz, y sin mirarlos, trató de usurpadores al presidente saliente y a los congresistas que rodeaban el podio. Con su llegada a la presidencia “la gente” había recuperado el gobierno que había perdido a manos de la elite política capitalina, dijo el magnate inmobiliario neoyorquino. “Hoy no estamos simplemente transfiriendo el poder de una administración a otra, o de un partido a otro, estamos arrebatándole el poder a Washington D.C. y se lo estamos devolviendo a ustedes, la gente.”


Y siguió: “ Desde hace demasiado tiempo un pequeño grupo en la capital de nuestra nación se ha alzado con los beneficios de pertenecer al gobierno mientras la gente pagó el costo. Washington se enriqueció, pero la gente no compartió esa riqueza. Los políticos prosperaron, pero los trabajos se fueron y las fábricas cerraron. El establishment se protegió a sí mismo, pero no a los ciudadanos de este país. Todo eso cambia a partir de este momento porque este es su momento.”


No fue un discurso conservador. Trump debe ser el primer presidente Republicano de Abraham Lincoln a esta parte que no habló de bajar los impuestos ni recortar gastos del gobierno. Al contrario, prometió una fuerte inversión en obra pública para modernizar el país y generar empleo. “Construiremos nuevas carreteras, y autopistas, y puentes, y aeropuertos, y túneles a lo largo y a lo ancho de nuestro maravilloso país. Sacaremos a nuestra gente de los programas de desempleo y la pondremos a trabajar en la reconstrucción de nuestro país con manos estadounidenses y trabajo estadounidense.”


Dejó en claro su inclinación proteccionista y su disgusto con la globalización con una frase lapidaria. “Nos manejaremos con dos reglas muy simples: compre estadounidense y contrate estadounidense.” Para martillar el mensaje hasta disipar la última duda insistió, solemne: “Los aquí reunidos hemos decretado, para que se escuche en cada ciudad, en cada capital extranjera, en cada centro de poder. A partir de hoy, sólo será Estados Unidos primero, Estados Unidos primero”


Prometió “recuperar las fronteras” pero evitó frases irritantes sobre muros y criminales venidos de otros países. Habló directamente de “terrorismo islámico radical”, algo que sus antecesores habían evitado, al prometer que trabajará con otros países para “erradicarlo de la faz de la tierra.”


Significativamente, Trump anunció que durante su gobierno Estados Unidos no intentará exportar sus ideas acerca de la democracia y la sociedad civil. “No buscaremos imponer nuestra forma de vida a nadie, sino que brillaremos como ejemplo. Brillaremos y los demás seguirán.”


En un estudiado intento por dejar atrás su larga lista de comentarios racistas y xenófobos, el flamante presidente parafraseó el famoso discurso “I have a dream” que Martin Luther King diera en esa misma ciudad en 1963. En la versión de Trump, los ciudadanos “de montaña a montaña, de océano a océano” no serán olvidados, y tanto en el conurbano de Detroit (de población negra) como en las planicies de Nebraska (población blanca) “miran el mismo cielo y llenan sus corazones con el mismo sueño.”


No olvidó a los veteranos de guerra y abundó en invocaciones al patriotismo, a Dios, la Biblia y El Creador.


Mezcló a Dios con el patriotismo: “No debemos tener miedo. Estamos protegidos y siempre estaremos protegidos. Estaremos protegidos por los grandes hombres y mujeres de nuestras fuerzas armadas y, más importante aún, estaremos protegidos por Dios.”


Y mezcló el patriotismo con la lucha contra el racismo: “Es hora de recordar un consejo sabio que nuestros soldados nunca olvidan: seamos negros o marrones o blancos, todos sangramos la misma sangre roja de los patriotas, todos gozamos de las mismas gloriosas libertades, y todos saludamos la misma gran bandera estadounidense…cuando abres tu corazón al patriotismo, no hay lugar para la discriminación”


Aunque el tono nacionalista-aislacionista sobrevoló todo el discurso, Trump también le dedicó un párrafo o dos a lo que será su política exterior. “Buscaremos la amistad y la buena voluntad de las naciones del mundo, pero lo haremos con el convencimiento de que todas las naciones priorizan sus propios intereses.”


En un hombre tan autoreferencial, que le puso su apellido casinos y rascacielos, a perfumes y canchas de golf, llamó la atención el uso constante que hizo del “nosotros”, evitando en todo momento a la primera persona.


También, para alguien tan pendenciero y provocador, llamó la atención que no dedicara tan siquiera un sarcasmo a su larga lista de enemigos, empezando por los medios de comunicación.


No es el primer presidente que llega a Washington con promesas de sacudir el establishment a favor del bienestar de “la gente”, de vencer a la burocracia capitalina y a los grupos de interés que atentan en contra del bien común. Sus antecesores fracasaron, pero hoy es hoy y Trump es Trump y Estados Unidos nunca tuvo un presidente como él.


Traje azul, corbata roja, jopo naranja sacudiéndose en el viento, su esposa-modelo Melania de celeste, pelo recogido a lo Jackie Kennedy. Durante toda la ceremonia Melania pareció poco más que una figura decorativa a la que en ningún momento su marido le dedicó una mirada, ni hablar de un gesto afectuoso, en marcado contraste con los Obama, los Biden o los Pence. Hasta los Clintons parecían acaramelados en comparación.


Podrá gustar o no, podrá dar asco o meter miedo. Pero después del discurso de ayer nadie podrá decir que no estaba avisado.




Publicado en Página/12 el 21/01/17